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Una verdadera locura objetual
Cómplice del separatismo
Jueves 13 de enero de 2011, por Grupo Promacos
Sin embargo, «liberal» no es un término político: ya Aristóteles en su Ética a Nicómaco hablaba de la liberalidad como virtud de quien es generoso, incluso en exceso, de cara a los demás. En internet, una búsqueda del término «liberal» sugiere unas connotaciones sexuales (usadas ya en sus orígenes como término político por quienes eran sus detractores) que no gustarían a quienes hoy utilizan ese término en su sentido político.
Y ese sentido no proviene de las revoluciones inglesas del siglo XVII, ni tan siquiera de la revolución estadounidense de 1776, como erróneamente se piensa hoy día debido al origen anglosajón de muchos de sus ideólogos. Proviene de un país católico, España, donde en 1812 se proclama su primera constitución en Cádiz para los «españoles de ambos hemisferios», propuesta por los «liberales» frente a los «serviles» que defendían el absolutismo, distinción inspirada en la que realizaba la escolástica española entre artes «liberales», que necesitan de libros para su aprendizaje y desarrollo (la Filosofía, la Retórica, &c.) y «serviles» o mecánicas. Esta izquierda liberal pronto se expandirá a toda la comunidad hispánica y a otros lugares: en Inglaterra, el partido whig pasó a llamarse Liberal Party a mediados del siglo XIX.
Este liberalismo, pese a su importancia para fundar la Nación Española y lo que hoy conocemos como Hispanidad o comunidad hispánica de naciones, no pasó de ser una ideología elitista, la de quienes pueden permitirse no estar sujetos al régimen de la producción (las profesiones «liberales», ya sean comerciantes, cantantes o militares de carrera), frente a quienes tienen que pasarse ocho o más horas diarias en su trabajo «servil». Los liberales forman una élite con tiempo libre de sobra para embarullarlo todo con sus peculiares doctrinas, que en consecuencia tienen hoy una incidencia escasa en la sociedad, pese a que la mayoría de sus ideólogos creen que puede formarse un partido «liberal» a partir de gruesos batallones populares.
Y precisamente por su carácter elitista, el liberalismo tuvo muchos problemas para su implantación: en Hispanoamérica Simón Bolívar y otros liberales hubieron de hacer frente a una verdadera guerra civil con los realistas, mayoritariamente clases populares; en España el carlismo y no el liberalismo recogió las simpatías populares: «ellos tienen un pueblo, nosotros un ejército», decían los liberales de los carlistas. De hecho, a pesar de su origen católico, el individualismo y la igualdad formal defendidos por los liberales no evitaban las asimetrías económicas y sociales, sino que las incrementaban. El Papa Pío IX declaró en consecuencia que «el liberalismo es pecado», afirmación matizada cuando los católicos españoles adoptaron la forma liberal para apuntalar la Restauración borbónica de 1876.
Hoy día, ser liberal ya no es circunscribirse a los individuos en el recinto cerrado del Estado, sino una supuesta virtud que va más allá de los Estados y que incluso pide su destrucción en nombre de la libertad individual, caso del anarcoliberalismo de Hoppe o Nozik, derivados de la Escuela Austríaca a raíz de su implantación en Estados Unidos. El mayor cómplice del separatismo en España, verdadero tonto útil, es el liberalismo. El individualismo metodológico que esgrimen ha formado la ilusión de que los individuos no tienen patria y por lo tanto que el liberalismo mezcla la liberalidad primigenia (la generosidad) con una visión delirante de la economía, considerándola algo fuera del alcance de la intervención estatal. Se ha corrompido así el significado primigenio del liberalismo, en nombre de una doctrina subjetivista.
El liberalismo desemboca así en una suerte de humanismo liberal indefinido políticamente, donde los Estados serían un verdadero mal que corrompe las naturales y libres relaciones entre individuos. Cae así en una locura objetual, por la imposibilidad de materializarse sus purísimos fundamentos, sin perjuicio de que los sujetos defensores de estas doctrinas liberales caigan en la locura subjetual, esto es, en el delirio.