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Por bautizar a un peluche con el nombre de Mahoma
El pueblo sudanés considera tibia la condena de los tribunales islámicos
Domingo 2 de diciembre de 2007, por ER. Argel
Tras las oraciones del viernes en la Mezquita de Jartum, miles de musulmanes, expresión de la voluntad popular sudanesa, se manifestaron en las calles de la capital africana. Su grito era de exigencia para sus gobernantes. Su destinatario, la profesora británica Gillian Gibbson que, como ya anticipó El Revolucionario, permitió que uno de sus alumnos de siete años de edad le pusiera el nombre de Mahoma a un oso de peluche. La condena de quince días de prisión no ha satisfecho a los musulmanes sudaneses.
En protesta por lo que consideraron una tibia sentencia, blandieron cuchillos y otras armas blancas en la Plaza de los Mártires de Jartum, frente al Palacio Presidencial. Los participantes corearon consignas en contra del Reino Unido y en favor de la muerte de la profesora. Trasladados en autobús y provistos de varias pancartas, los manifestantes pedían la aplicación estricta de la sharia o ley islámica.
La policía no impidió la protesta, pero sí el acceso a la Embajada británica, situada en la zona. Mientras, la profesora fue trasladada por las autoridades de Sudán desde la cárcel de mujeres de Omdurman, al este de Jartum, a un lugar secreto para garantizar su seguridad.
Religión y política de la mano
Gibbons fue detenida hace ocho días tras la queja recibida por el Ministerio sudanés de Educación. La profesora había permitido a sus alumnos de siete años del Unity School de Sudán ponerle el nombre de Mahoma a un oso de peluche. Similares conductas se han manifestado en Turquía a propósito de Heidi.
La pena, que en principio se cifraba en un máximo de seis meses e incluso en cuarenta latigazos, fue reducida como decimos a quince días de internamiento, lo que ha provocado la furiosa reacción popular ya descrita. La de un pueblo que no tolera representaciones icónicas de ningún tipo, menos aún del Profeta, por considerar el cuerpo algo pecaminoso.
El pueblo islámico, el mismo que acaba de salir del ayuno del Ramadán, el momento en que dicen que Alá se reveló a Mahoma, no tolera que el ejercicio del poder sea laico. Por muy ilustrados que puedan ser los dirigentes de países islamizados, han de cumplir la misión que los fieles les encomiendan: la de ser califas, es decir, intérpretes del Corán, o en su caso del imam oculto. Un dirigente en un país islámico no es humano, sino la voz de Alá y el continuador de Mahoma, es decir, de naturaleza divina. Esto nos retrotrae necesariamente a formas de gobierno medievales y a la exigencia para los gobernantes de cumplir la ley islámica a rajatabla, bajo amenaza de rebelión civil.