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Durante el aniversario de la Revolución Libia
En una rueda de prensa
Viernes 4 de septiembre de 2009, por ER. Caracas
En un discurso lleno de errores historiográficos y de barbaridades teológicas (tanto para cristianos como para musulmanes), Hugo Chávez habló de Jesucristo y de Mahoma como «compañeros en el cristianismo» (primera aberración que le costaría el cuello de manos de talibanes), prácticamente ahonando en su anacronismo de derecha socialista, calificando tanto a Cristo como a Mahoma de «socialistas» y de «revolucionarios». También dijo barbaridades tales como equiparar la revolución cubana (de clave marxista-leninista, esto es, Izquierda Comunista racionalista y materialista) con la revolución libia (un golpe de Estado militar —como el suyo de 1993—, de clave islamista sunnita anticolonial, sí, pero religiosa y espiritualista). También alabó el «Libro Verde», la obra magna del coronel Muamar Gaddafi en la que plantea una alternativa tanto al libro azul del capitalismo como al libro rojo del comunismo, con el libro verde del socialismo libio de clave mahometana y terrorista (Lenin siempre aborreció el terrorismo).
Llamo a Gaddafi «hermano», alineándose una vez más, en su despropósito político demencial, con el tercermundismo espiritualista de derecha socialista que el propio Chávez ejemplifica. Hugo Chávez empezó una Revolución, la bolivariana, que dio esperanzas no sólo a Venezuela, sino a toda Iberoamérica, siendo el más claro representante del unitarismo intercontinental que necesitamos en el socialismo. Pero su indigenismo, su antiamericanismo burdo y chabacano sin ningún atisbo de análisis serio de clave materialista, su antiespañolismo de la Leyenda Negra que aisla a la revolución bolivariana de su posibilidad de expansión más allá de América, y sobre todo, de su peligrosísima alianza con el Islam —influído por asesores de Hamas y Hezbolá que hay en Venezuela y, por qué no decirlo, de asesores españoles de izquierda indefinida como Juan Carlos Monedero o del ex-fascista Jorge Verstrynge—, que ha permitido la entrada del yijadismo y del antisemitismo islámico en Venezuela, hunden día a día la penúltima revolución iberoamericana. Ahora, al llamar a Mahoma «compañero revolucionario» Chávez no puede haber caído más bajo. Su destino, cada vez queda más claro, a medio plazo (o puede que antes), es que el propio pueblo que le adora como a un dios le reviente, como Italia reventó a Mussolini o Rumanía a Ceaucescu. La obra de Chávez morirá con él, y serán las contradicciones internas del bolivarianismo las que lleven al propio pueblo venezolano que lo aupó a acabar apresuradamente, y de manera trágica, con él.