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Hugo Chávez y Evo Morales realizan sendos viajes relámpago en su camino hacia Oriente Medio
España e Hispanoamérica se hermanan con la Leyenda Negra favorecida por la propia Iglesia Católica
Lunes 14 de septiembre de 2009, por Grupo Promacos
Las visitas de Hugo Chávez y Evo Morales no significan necesariamente un hermanamiento de las repúblicas hispanoamericanas, en contra de lo que muchos pudieran sostener, salvo que definamos en primer lugar cuáles son los parámetros desde los que podrían unirse tales repúblicas con España. Cuestión fundamental de cara a los bicentenarios de independencia de Hispanoamérica que, desde instancias oficiales, han comenzado a celebrarse ya. El primero de ellos, en la patria del hermano en la fe del chavismo Rafael Correa, Ecuador.
Pero desde el Grupo Promacos hemos de destacar que para una España embrutecida por la Constitución de 1978, la misma que consagra su desaparición en nombre de aldeanismos y nacionalismos separatistas (con su última muestra en la consulta secesionista de Arenys de Munt), la llegada de Evo Morales y Hugo Chávez, que comparten asesores españoles, sólo puede suponer una unidad en el desprecio a la tradición hispánica: exaltación de la Leyenda Negra, de las lenguas indígenas o minoritarias frente a la potencia del español, &c.
Este hermanamiento en el desprecio a lo hispánico viene, curiosamente, de la Iglesia Católica, que ya ante el espectáculo del descubrimiento de América y el encuentro con una parte de la humanidad literalmente «dejada de la mano de Dios», tuvo que inventarse una historia ficción (toda una Teología de la Historia) en la que el Apóstol Tomás, el mismo que ante los milagros de Cristo afirmaba que sólo creía lo que veía, había evangelizado al continente americano, por lo que el Verbo Divino ya brotaba en las culturas precolombinas, sin que hiciese falta que los españoles impusieran por la fuerza de las armas su lengua, su cultura y las enfermedades que llevaron al continente, según la versión leyendanegrista de estos frailes extravagantes y alucinados. Tal es el caso de Servando Mier Noriega en su famoso sermón, con motivo de la festividad de la Virgen de Guadalupe en 1794 en la Ciudad de México.
La facción más favorable de los católicos a «la obra de España», la que reconoce algún mérito a los españoles, considerará sus galeones que cruzaron el Atlántico como un mero instrumento para el recuerdo de esa fe primigenia perdida entre el pecado de la sodomía, los sacrificios humanos o la muchedumbre de mujeres, al igual que las calzadas romanas sirvieron para la predicación de los apóstoles en el comienzo de la Era Cristiana.
Olvidados estos antecedentes, aquella facción clerical se convirtió en una derecha extravagante, en un conjunto de sectas cuyo objetivo ya no es mantener el Trono y el Altar históricamente heredados, sino secesionar una parte de los Estados históricos para formar comunidades en base a determinados orígenes étnicos. Sea el PNV o la ETA en España con su intento de fundar un País Vasco independiente según los postulados racistas de Sabino Arana o Federico Krutwig, sea el imperialismo catalán, sean los aymaras o los quechuas en su intento de fundar una nueva nación étnica que se lleve por delante las fronteras de Ecuador, Perú y Bolivia, la derecha extravagante sigue exhibiendo sus postulados sin acordarse de sus antecedentes clericales. Evo Morales favorece ese derechismo extravagante con su defensa del indigenismo y la Pachamama; incluso Chávez, en un país cuyos únicos indígenas habitan en vergonzosas reservas como en Estados Unidos, denomina al Día de la Hispanidad como «Día de la Resistencia Indígena» [sic].
La socialdemocracia española, deseosa de pastorear a cuantos más mejor, y sin unos criterios claros ante tales facciones, pacta con todos estos grupos extravagantes para asegurarse la gobernabilidad y las pobrísimas relaciones exteriores, resultado de volver la espalda al orden internacional actualmente establecido. Si Evo Morales no duda en levantar el puño izquierdo como hacen los socialfascistas en Rodiezmo, la antaño cuarta generación de la izquierda no duda en identificarse con la derecha extravagante, de la que muchos de sus actuales militantes proceden, con tal de poder presumir de alianzas ante algunos de sus adocenados votantes.