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Proyectan su ideología racista contra quienes osan criticarles
La lengua del pueblo español es oprimida por caciques separatistas
Viernes 6 de junio de 2008, por Grupo Promacos
Joaquín Hunold, director general de Air Berlin, alerta en su editorial que la división de España en nacionalismos regionales conduce a los miniestados medievales. Esta ha sido su respuesta a la carta enviada por la directora general de Política Lingüística del Gobierno Balear, en la que instaba a usar el catalán cuando los empleados de la aerolínea se dirigiesen a sus clientes.
«¿Les tengo que dar cursos de catalán por decreto a mis empleados?», «¿Es que ya no hablan en castellano?», se pregunta Hunold, y Juan Puig, antiguo diputado de Esquerra Republicana, que saltó a la fama por asaltar la piscina del periodista Pedro Jota Ramírez carnet de diputado en mano —documento que le hace intocable para escarnio de nuestra partitocracia—, le ha llamado «nazi» desde su blog por semejante defensa.
Sin embargo, pese a lo acertado de su editorial, desde el Grupo Promacos consideramos que el director de Air Berlin comete un error de forma al usar el término castellano para hablar del idioma español. Porque es precisamente esa denominación la que utilizan los nacionalistas para considerar al español como un idioma equiparable al catalán, vasco, gallego o cualquier otra lengua vernácula, «cooficial» según la Constitución de 1978, y desde la que se produce la marginación del idioma español.
Se oculta así el proceso de constitución de España, la constante expansión que llevó consigo a pobladores para repoblar las nuevas tierras conquistadas al Islam. Esos pobladores hablaban castellano, que pasó de ser una lengua puramente local a convertirse en la lengua de España, como bien dejó sentado Elio Antonio de Nebrija en 1492 con la publicación de su Gramática de la lengua castellana o española. Con el descubrimiento de América, la lengua española comenzó un proceso de expansión hasta su realidad de cuatrocientos millones de hablantes que hoy día constituyen la Hispanidad.
Mientras, las demás lenguas regionales, como el gallego o el catalán, en virtud de este proceso histórico, se convirtieron en meras expresiones de la nobleza local o de campesinos de zonas aisladas y deprimidas, incapaces de explicar los más complejos términos de nuestras sociedades: el eusquera, como bien señaló Unamuno, no tiene una palabra para designar a Dios, buena muestra de su limitación como lengua.
Pero la «normalización lingüística», ajena a estas cuestiones de fondo, se inventa nuevos idiomas y nuevos términos, desconocidos para los hablantes, y desde tal ceguera cree estar enmendando la plana a un pueblo que habla de una manera y no de otra por el uso que le da al lenguaje. Difícilmente se usará una lengua normalizada cuando es inútil para comunicarse con los demás, sobre todo si esa lengua apenas tiene el alcance de una provincia y no para toda España, como sí sucede con el español.
Las veleidades nacionalistas y lingüísticas, impregnadas de un aire de raza superior idéntico al de los nazis, siempre tuvieron un fuerte componente racista —en Cataluña más clasista, al convertirse en el idioma de los señoritos que ven con desprecio a los emigrantes de otras partes de España, denominados despectivamente «charnegos»—, el propio del Mito de la Cultura como algo santificante y superior, y han provocado que buena parte de los españoles que viven en esas regiones se conviertan en cómplices aceptando aprender la lengua vernácula de turno para poder sobrevivir. Una empresa aeronáutica, sin embargo, no puede vivir en tan estrechos márgenes y reacciona en consecuencia ante esa imposición de un idioma cuyo número de hablantes es ridículo en comparación con el español.
Mientras, pese a los hechos diferenciales, la mayoría de quienes viven en esas provincias gobernadas por secesionistas, usan el español, demostrando, por encima de hechos diferenciales y otras veleidades, que el español es la lengua del pueblo y que defenderla es algo revolucionario, frente a retrógrados y cavernícolas señoritos. Los mismos que defienden sus lenguas minoritarias como residuos de tiempos medievales.