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Ninguno sufrirá una condena especial
Saldrán a la calle pronto en nombre de la «reinserción»
Lunes 23 de febrero de 2009, por Grupo Promacos
El de Marta sería, en este sentido, un ejemplo casi «químicamente puro» de la institución ceremonial denominada «asesinato de género» en su especificación más frecuente desde el punto de vista estadístico: «asesinato de género femenino». Una institución por cierto que habría venido, al parecer, incrementando notablemente su densidad media en el presente español a lo largo de los últimos años (y esta es la razón por la que se habla de «lacra»), incluso llegando a figurar en calidad de tipo delictivo específico en la Ley Orgánica 1/2004 del 28 de diciembre, pero también ocasionando multitud de iniciativas de distinto tipo por parte de la «miembra» del gobierno Bibiana Aido, tendentes, supuestamente, a combatir la recurrencia del «terrorismo de género», etc.
Ahora bien, interpretar el asesinato de Marta a manos de su «pareja» como un caso más («el quinto en lo que va de año») de «violencia machista» o de «asesinato machista» supone, nos parece, incurrir en una oscura y confusa sustantificación de signo inevitablemente metafísico por cuanto implicaría considerar a Miguel, asesino confeso de Marta, a título de «representante en la tierra» del «género masculino», un «género» el cual, a través de su encarnación fenoménica (Miguel) habría podido asestar, dado su inherente machismo, el golpe fatal a Marta a la que, por su parte, también habrá que concebir, en su condición de víctima del «asesinato de género», como la encarnación particular del «género femenino».
Desde este punto de vista, la razón por la que Miguel habría matado a Marta residiría precisamente en la circunstancia de pertenecer la joven al género «hembra» quedando, en este sentido, el asesinato puntual de la sevillana engranado en el contexto, subyacente tras las bambalinas fenoménicas, de una «perpetua lucha de géneros» al parecer agazapada por debajo (o acaso por encima) de las apariencias. A la luz de estas premisas (que son, por ejemplo, las ejercitadas habitualmente por el gobierno Alicia, principalmente por boca de su ministra Aido) el caso de Marta, sin perjuicio de su importancia «sintomática», no sería otra cosa que un fenómeno cuya gravedad habría que hacer residir en la medida en la que remitiese a una substancia («la lacra machista») a la manera como un «síntoma» remite al «síndrome» que le da sentido como tal síntoma.
Pero esto sencillamente es falso. De hecho, como se advertirá, en el momento en el que damos por supuesto que tales premisas son gratuitas o incluso absurdas al suponer una hipostatización radicalmente ilegítima de los géneros gramaticales (y, repárese, fuera de semejante hipóstasis, resulta ininteligible el mismo concepto de «asesinato de género»), deja asimismo de tener sentido el diagnóstico que califica lo sucedido en Sevilla como un ejemplo de violencia machista puesto que ahora, no quedarán en modo alguno demasiado claras las razones por las que se califican de «machistas» las operaciones homicidas de Miguel sin perjuicio de la condición femenina de Marta.
Y es que, a la luz de tales consideraciones, hemos de advertir desde el Grupo Promacos lo siguiente: cuando tal hipostatización queda desbloqueada, se hace necesario concluir que ni el asesinato de Marta del Castillo no es un «crimen machista» ni su responsable la mera encarnación del «género masculino».
Ahora bien, ello sin duda no equivale en absoluto a restar gravedad a lo sucedido. Todo lo contrario, el asesinato de Sevilla, sin perjuicio de que no pueda interpretarse de ningún modo como una «apariencia» y precisamente por ello (puesto que interpretarlo así equivaldría en cierta medida a trivializar sucesos que nos parecen ciertamente muy graves), constituye desde luego un crimen horrendo cuyo perpetrador tendrá que ser considerado, en consecuencia, como un sujeto irremediablemente despersonalizado. Un individuo por cierto, cuya existencia (su «permanencia en el ser») no podrá reconciliarse con la subsistencia eutáxica de la sociedad política española —por vía de la «reinserción»— al menos si no se pretende que sea esta sociedad política la que termine por debilitarse hasta desaparecer.