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La imagen que vende en el mercado pletórico de la política
Todo cambia para que todo permanezca igual
Lunes 26 de enero de 2009, por Grupo Promacos
El reciente triunfo electoral de Barak Hussein Obama en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América del Norte ha puesto en circulación en el ambiente político español la consigna del «cambio» con el que tanta fortuna habría hecho en el mercado pletórico electoral el flamante nuevo emperador frente a figuras como las de Juan McCain o Sara Pallin, al parecer más cercanas al «inmovilismo» representado por la administración de Jorge Bush II.
Tal consigna referente al «cambio» (que como se recordará el propio felipismo tuvo ocasión de utilizar compulsivamente ya en los años 90: «el cambio del cambio», «el recambio», &c), por muy vacía que pueda parecer cuando es interpretada en abstracto, ha sido desde luego muy bien recibida desde círculos socialfascistas cercanos al presidente Alicia, tan ansiosos por mostrar la «identidad socialdemócrata» de las ideas del 44 Presidente de los USA como si este supusiese el verdadero buque insignia de la «izquierda» en aquel país o incluso una suerte de ZP yanqui partidario del «progreso de la humanidad» y de «la alianza de las civilizaciones».
Diagnósticos todos ellos que no tienen absolutamente ningún sentido fuera de las coordenadas del mito maniqueo de la derecha y que, desde luego, se compadecen muy mal con la realidad de una nación de tradición protestante muy alejada de la dicotomía entre la derecha y la izquierda como puedan serlo los Estados Unidos. De hecho, el «cambio» que Obama haya podido representar frente a Bush, no es de ninguna manera absoluto sino relativo (puesto que en modo alguno resulta posible transformar enteramente el curso seguido por los planes y programas de un Imperio Universal) como lo demuestran, sin ir más lejos, nombramientos como los de Hilaria Clinton o Rafael Emanuel (consejero del Emperador Guillermo Clinton y, en virtud de su doble nacionalidad, soldado voluntario en la primera guerra del Golfo de las Fuerzas de Defensa de Israel), pero también —y paradójicamente para los izquierdistas indefinidos que tanto aclaman al Presidente Obama— el mantenimiento de Roberto Gates, antiguo consejero de defensa de Bush II y muñidor de estregias militares tan exitosas como las emprendidas por el Imperio en Iraq o Afganistán.
En todo caso, buena prueba del furor obamita que ha embargado últimamente a la indefinida socialdemocracia española la han suministrado estos días una plataforma de «intelectuales y artistas» que bajo el rótulo «red por el cambio» presentaban recientemente en Bilbao un manifiesto a favor de Pachi López, candidato del PSOE a las elecciones autonómicas vascas frente al PNV de Juan José Ibarreche. Desde esta misma plataforma se ha anunciado ya la celebración próximamente en vascongadas de una «fiesta del cambio» aunque, todo hay que decirlo, tales abajofirmantes, como suele suceder en estos casos, tampoco se han dignado a ofrecer exactamente los parámetros que justifican el mentado «cambio» de López respecto a Ibarreche puesto que parecerían darlo por evidente sin necesidad alguna de mayores explicaciones.
Sin embargo, lo que sucede en rigor es que la idea de cambio, cuando se desconecta de todo referente preciso respecto al cual se aplicase, se convierte en una noción enteramente abstracta, hipostática, redundante (puesto que, como ya sabía Heráclito, «todo fluye») y, en el límite, vacía, es decir, en uno de esos flatus vocis enteramente retóricos que tanto gusta usar la izquierda indefinida. En esta dirección, resulta necesario preguntarse frente a afirmaciones retóricas como las manifestadas por los citados «intelectuales»: ¿Qué es exactamente lo que López se dispone a «cambiar» en la política secesionista seguida hasta la fecha por Ibarreche?
Desde el Grupo Promacos la única noticia concreta que hasta la fecha tenemos a este respecto es que Pachi López se propone, en efecto, como parte estelar de su programa electoral cambiar, eso sí «desde el consenso» (suponemos que con los secesionistas del PNV), el estatuto vasco para ampliar sus competencias, es decir, para esquilmar todavía más a la Nación española tal y como el PSOE, de consuno con la derecha extravagante, ha tenido ya sobrada ocasión de hacer en otras partes de España.