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Cada vez se rememora menos a los muertos por lo que tuvieran de personas ejemplares
Las tradiciones del imperio protestante estadounidense van infiltrándose en el resto del mundo a través del mercado pletórico
Miércoles 5 de noviembre de 2008, por Grupo Promacos
Año tras año Halloween se apodera de otro pedacito del Día de Todos los Santos y de su aneja veneración de Todos los Difuntos. Se siguen comprando flores y visitando cementerios para honrar a los que ya no están, pero el recogimiento, el silencio respetuoso o la emulación de los antepasados dejan paso al jolgorio y la algarabía bajo disfraces monstruosos, sobre todo entre las nuevas generaciones. Los niños recolectan caramelos casa por casa después de que en las escuelas, tan dadas hoy día a tener entretenidos a los alumnos, se hayan organizado concursos de disfraces tenebrosos que, en la mayoría de los casos, ponen a disposición de los consumidores los avispados empresarios chinos.
El origen de la festividad del Día de Todos los Santos parece estar ligado a la persecución de los cristianos por parte del emperador Diocleciano (284-305), que incrementó tanto el número de mártires que no se podían venerar por separado, por lo que surgió la necesidad de rememorar en común su ejemplar conducta en una fiesta que se comenzó a celebrar, aunque en diferentes fechas, a partir del siglo IV.
La Roma pagana observaba el fin del año el 21 de febrero con una fiesta llamada Feralia, en la que se rezaba y hacían sacrificios por los difuntos. Con la cristianización del imperio, los papas fueron reemplazando las prácticas paganas, aunque se fundieran con ciertos aspectos de las mismas. El 13 de Mayo de 609 o 610, el Papa Bonifacio IV consagró el Panteón Romano (donde antes se honraba a dioses paganos) para ser templo de la Santísima Virgen y de todos los Mártires, dando inicio a la fiesta de todos los santos que ha llegado hasta nosotros. Gregorio III (731-741) la transfirió al primer día de Noviembre y Gregorio IV (827-844) extendió esta fiesta a toda la Iglesia.
Hoy día observamos cómo en los países de tradición católica se están perdiendo buena parte de las tradiciones y costumbres por el influjo de raíces protestantes o, incluso, propias del paganismo bárbaro. Buena parte de la población está expuesta, tras disfraces divertidos, a creencias ocultistas y supersticiosas. Mientras Harry Potter vende más de 300 millones de ejemplares los niños, presos de una fantasía irracional, se inician en prácticas mágicas y oscurantistas que, en muchos países, creíamos superadas (muchos jóvenes se están haciendo adeptos de corrientes como los Wicca, repletas de doctrinas que mezclan en un eclecticismo primitivista todo tipo de creencias irracionales).
Sobre el origen de Halloween hay distintas versiones. Se le suelen atribuir raíces celtas (pobladores de la actual Irlanda), cuyos pueblos mantendrían ceremonias de culto a los muertos muy similares a la de otros grupos primitivos. En Kenia, por ejemplo, se celebraba el ceremonial de «quitarse el muerto de encima» para que, tras convertirse en un númen antropomorfo después de morir, no molestase o atacase a los vivos. Para ello se les llevaba comida y se les intentaba despistar con distintos agasajos. Se trata de costumbres, en todo caso, propias de religiones secundarias, en las que los muertos se transforman en seres monstruosos con características heredadas de los númenes animales (fieras, feras) de las religiones primarias.
Sobre el origen del «obsequio o daño» que se recita al llegar a las casas («truco o trato» se dice en España en forma de trabalenguas) hay quien sostiene que se debe a una tradición forjada en Inglaterra en los tiempos de la feroz lucha del protestantismo contra el catolicismo. En dichos lares los católicos no tenían derechos legales, no podían acceder a ningún cargo público y eran acosados con multas, impuestos elevados y hasta con cárcel. Celebrar misa al modo católico era una ofensa capital y cientos de sacerdotes fueron martirizados por ejercer su ministerio. Según cuenta la historiografía inglesa, el 5 de noviembre de 1605 se descubrió una conspiración para matar a Jaime I con barriles de pólvora colocados bajo Parlamento inglés y que explotarían en la ceremonia de Apertura del Estado. El caso es que dicho supuesto complot fue utilizado por los protestantes ingleses para justificar sus ataques a los católicos y mandar a buena parte de ellos a la horca. El descubrimiento de tal conspiración se convirtió en motivo de una gran celebración en Inglaterra, que ha llegado hasta nuestros días. Los protestantes de dichas regiones, ocultos con máscaras, celebraban el evento los primeros días de noviembre visitando a los católicos y exigiéndoles cerveza y comida para su celebración, amenazándolos con dañarles si no proveían de regalos para el festejo. Dicha costumbre, según dicen los defensores de esta versión, fue llevada por los emigrantes a los Estados Unidos, y acabaría fundiéndose con las tradiciones célticas de Halloween. De ser así, muchos católicos (irlandeses o no) seguramente se llevarían las manos a la cabeza al enterarse del origen anticatólico de tales prácticas.
Mientras la fiesta de todos los santos tenía una función moral ejemplificante, hoy día se está retrocediendo a costumbres propias de sociedades bárbaras (que conciben a los muertos como númenes monstruosos), aunque el festejo esté adecuadamente condimentado para el consumismo del mercado pletórico de nuestros días. Una encuesta realizada recientemente, con vistas a estas fechas, asegura que un 41% de los estadounidenses (cifra que aumenta hasta el 49% en Canadá) está convencido de que los fantasmas existen. Es más, el 14% se jacta de haber estado en una casa encantada y el 9% jura haber sentido la presencia de un espíritu. En Francia, en cambio, sólo entre el 10 y el 20% cree en fantasmas, mientras que en Japón, país con una tradición milenaria en la veneración de los espíritus, el 80% de sus habitantes consideran a los fantasmas como uno más. Sólo Taiwan les supera, con un 87% de crédulos.
Una población mayoritariamente ignorante y supersticiosa es mucho más fácil de manejar, ya sea por las clases dirigentes del propio estado, o por dirigentes políticos de otros estados. Y en este sentido desde el Grupo Promacos nos parece que España retrocede como pocos. Si a los intentos por enterrar la Filosofía (sobre todo cuando es políticamente incorrecta) por parte de algunos gobiernos, se une la «libertad de opinión» para permitir la difusión de todo tipo de creencias supersticiosas, las consecuencias para el desenvolvimiento económico, político y social no pueden ser más pesimistas.