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En su ingenuidad, piensan que la Política secuestra a la Economía
Su Economía pura sólo tiene lugar en sus formalistas y metafísicas doctrinas
Lunes 7 de junio de 2010, por Grupo Promacos
Desde este posicionamiento, se considerará que las alteraciones del mercado son producto de la intervención estatal, de la mala gestión de los recursos públicos de unos políticos que no deberían intervenir en la actividad económica. Su labor sería aplicar el laissez faire, laissez passer, no intervenir: el mercado se autorregulará una vez que corrija sus excesos, al igual que una persona que se empacha tras una gran comida pasa un día de ayuno para revitalizar su flora intestinal.
Varios economistas españoles, tales como Alberto Recarte o los miembros del Instituto Juan de Mariana, sostienen estas tesis para explicar no sólo la crisis económica internacional y sus soluciones, sino las cuestiones relativas a la crisis económica española.
Sin embargo, desde el Grupo Promacos hemos de criticar esta concepción puramente formalista de la Economía y las sociedades políticas. Entre otras cosas porque no existe una Economía natural que es intervenida de forma artificiosa por los políticos. Suponer que la actividad económica es el resultado de la «libre asociación entre los hombres» es tanto como defender que existe una armonía preestablecida propia del mejor de los mundos posibles leibniciano. Un estado del mundo propio del paraíso terrenal que ha sido abortado por la malvada intervención del Estado, algo propio de teorías anarquistas. Un «ideal regulativo», para decirlo en los términos kantianos por los que tanta querencía tenía Von Mises. Pura metafísica en definitiva.
Y es que la Economía es ante todo Economía Política, es decir, una actividad de carácter socialista que se realiza a la escala de los Estados nacionales. Por lo tanto, carece de sentido defender que la Economía se basa en la genérica y formal «acción humana» o en la mera satisfacción de necesidades, cuando las empresas son instituciones suprasubjetivas que desbordan con mucho los planes y programas de la vida humana individual: ya no sólo como empresas familiares que se heredan (los Rockefeller, por ejemplo), sino como empresas públicas estatales, cuyo objetivo es prestar un servicio a la sociedad, no simplemente el mantenimiento de un beneficio continuado.
De hecho, si desde los postulados de este anarcoliberalismo se defiende que no se debe intervenir en la economía de Grecia o de España, pues han de quebrar como quiebran las empresas improductivas en un mercado «libre», desde los nuestros hemos de decir que si las economías del mundo desarrollado se hunden y quiebran, como las empresas a las que las comparan, literalmente el orden internacional actual quebraría por completo: Estados Unidos no podría vender sus productos, al no existir un mercado con el poder adquisitivo suficiente (que es la Europa de la postguerra mundial, un invento de Estados Unidos), y la crisis económica abocaría en consecuencia al colapso completo de nuestra civilización sin tales ayudas.
Procede pues, desde los postulados del Imperio realmente existente, la intervención de tales economías para evitar su caída, así como las de los países hispanoamericanos para evitar su completo hundimiento. Para seguir la metáfora del armonismo «natural» que postulan los anarcoliberales: los ríos que se desbordan, si no son canalizados, no vuelven por sí solos a su cauce sin antes provocar una gran catástrofe. Procede pues su canalización, esto es, la intervención.
El armonismo metafísico en el que tales autores se mueven tiene sin embargo momentos de lucidez: el economista Huerta de Soto afirma que las tesis de la Escuela Austríaca de Economía, que incluyen las de Von Mises, no han operado nunca en la realidad porque siempre está el Estado interviniendo en la Economía. Lo que es tanto como reconocer que las tesis de estos economistas son puramente adventicias, pues apelan a un futuro que está aún por venir y en el que supuestamente la intervención del Estado no tendría lugar, algo así como el Día del Juicio Final para los cristianos.
Así, como nunca se produce aquello que postulan, los anarcoliberales pueden refugiarse en la crítica fácil a la intervención del Estado, tan malévolo que es el único que permite la existencia de actividad económica. Pero sin la existencia del Estado, que los anarcoliberales no son capaces de explicar desde sus teorías, regresaríamos a la prehistoria y no al virginal paraíso que postulan.